. Acantilados repletos de
misteriosas leyendas. Vientos de tramontana. Densas nubes que bajan del cielo y
lo tiñen todo de gris. Húmedo frío isleño que te cala hasta los huesos con la espuma
del oleaje mojando mi cara. Yo muy joven, quizás demasiado para estar aquí.
Serpenteando la polvorienta carretera
de la costa en los destartalados camiones, hemos subido bidones repletos de
carburante. Ahora esperamos sentados en el inicio de las escaleras de piedra
que mueren a tantos metros de distancia sobre el mar. El Feo, nos
explica como en aquellos acantilados se llegó a suicidar la mujer de un capitán
lanzándose al vacío. El Notas alardea de sus amoríos con extranjeras en
los bares del puerto. Santiago insiste con la mujer del capitán, asegurando que
su espíritu ronda errante algunas noches de invierno. Cascante golpea a Santi
en el cogote. Un poco más allá, el sargento sigue de pie, escudriñando con los
prismáticos la lejanía del horizonte. De esta manera van pasando ratos. En el
transcurso de uno de ellos nos comunican por el sistema de radio que el avión
está cerca. La noticia se confirma, el alado surca
el cielo hacia nosotros y acaba aterrando en la planicie. Intercambiamos saludos
solemnes con los pilotos, dispuestos a hacer un descanso en las dependencias de
la casa. La logística se pone en marcha. Nos colocamos las mascarillas y
conectamos la enorme manguera inyectora a la aeronave con el objetivo de preñar sus tripas de
combustible.
Trabajo finiquitado. Cae el sol por
el oeste. Nos tapamos los oídos y divisamos el despegue del aeroplano hacia su
misión de Oriente. El polvo penetra en nuestros ciegos ojos.
__________________________________
En aquella época, sin tan
siquiera darnos cuenta, éramos cómplices y peleles de los maquiavélicos planes de
aquellos poderosos dirigentes capaces de cambiar el destino de cualquiera con
un simple chasquido de sus dedos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario