sábado, 25 de enero de 2020

EN LA ISLA


. Acantilados repletos de misteriosas leyendas. Vientos de tramontana. Densas nubes que bajan del cielo y lo tiñen todo de gris. Húmedo frío isleño que te cala hasta los huesos con la espuma del oleaje mojando mi cara. Yo muy joven, quizás demasiado para estar aquí.

Serpenteando la polvorienta carretera de la costa en los destartalados camiones, hemos subido bidones repletos de carburante. Ahora esperamos sentados en el inicio de las escaleras de piedra que mueren a tantos metros de distancia sobre el mar. El Feo, nos explica como en aquellos acantilados se llegó a suicidar la mujer de un capitán lanzándose al vacío. El Notas alardea de sus amoríos con extranjeras en los bares del puerto. Santiago insiste con la mujer del capitán, asegurando que su espíritu ronda errante algunas noches de invierno. Cascante golpea a Santi en el cogote. Un poco más allá, el sargento sigue de pie, escudriñando con los prismáticos la lejanía del horizonte. De esta manera van pasando ratos. En el transcurso de uno de ellos nos comunican por el sistema de radio que el avión está cerca. La noticia se confirma, el alado surca el cielo hacia nosotros y acaba aterrando en la planicie. Intercambiamos saludos solemnes con los pilotos, dispuestos a hacer un descanso en las dependencias de la casa. La logística se pone en marcha. Nos colocamos las mascarillas y conectamos la enorme manguera inyectora a la aeronave con el objetivo de preñar sus tripas de combustible.

Trabajo finiquitado. Cae el sol por el oeste. Nos tapamos los oídos y divisamos el despegue del aeroplano hacia su misión de Oriente. El polvo penetra en nuestros ciegos ojos.
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En aquella época, sin tan siquiera darnos cuenta, éramos cómplices y peleles de los maquiavélicos planes de aquellos poderosos dirigentes capaces de cambiar el destino de cualquiera con un simple chasquido de sus dedos.
                       ( El Mingus )


                                                  

                

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