Hoy salimos de casa vestidos de barbaridad. Los tres. Las mochilas.
Cogidos de la mano. Un viaje nos espera. Dirección al Festival.
Llegamos emocionados con nervios en las tripas. Un espacio al aire libre
que está ahora medio lleno. Deambulamos a nuestro antojo con idas y venidas a
las barras de los bares. Grandes y pequeños escenarios desparraman música en
directo. Bailamos el funk, abrazándonos al reggae, desenfados con la rumba, saltamontes en el rock, descubriendo músicas del
mundo y paseando por el pop.
Lagarteamos bajo el sol encontrando conocidos en común. Nuestra amiga
desaparece, aventurada en buscar algún amante esporádico escondiendo sus
pudores tras el humo del cannabis. Nosotros seguimos danzando. Pulseras, cervezas,
susurros y deseos. Cómplices viajeros. Risas, confidencias. Un te quiero.
El rojizo del horizonte anuncia el devenir de la primera estrella. Ondas
telúricas, decibelios enloquecidos, nocturnidad artificiosa. La Canción de
viajeros de ese grupo inglés despliega su vuelo con guitarras afiladas. Saltamos
poseídos con la complicidad de cientos de almas. Y es que ya ves, a fuego
llevaremos marcado este momento, como una bella cicatriz del tiempo. Chamanismo
libertario musicando las hazañas del viaje, ascendiendo hacia los cielos.
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