Dicen que tenia un talento fuera de lo común. Sopló
y sopló líricas vertiginosas de portentoso jazz. Rondó antros, teatros y
auditorios. Sincopadas músicas nocturnas guardadas para la posteridad entre las
surcadas circunferencias de vinilos negros. Dicen que subía a visitar galaxias y
descendía a los infiernos inyectando veneno en sus venas. Dicen que danzó con
un sinfín de amantes bajo las tenues luces de la lujuria. Y también dicen, que
aquella noche durante su actuación en un club de Manhattan, llegó su compañera
sentimental empuñando un manojo de celos en un calibre treinta y dos. Le
disparó a quemarropa, guardando su amor sangriento entre los confines de las
tinieblas de la muerte. Y es que ya lo decían, no se llevaban muy bien. (El Mingus)
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