3.VEINTE MIL CALLES BAJO EL CIELO
La actuación en San Sebastián de la noche anterior fue notable. Julia estuvo espléndida, como nunca, acompañada por los dedos de Frank que bailaron eléctricos sobre las teclas contrapesadas del piano negro del salón. Una noche ociosa y repleta de propinas, con los rusos encantados, sobre todo con ella.
En la cafetería del hotel, los grandes ventanales dejan entrar la luz natural de la mañana. Con americana, tejanos y camiseta del “Voll damm Jazz”, camina hacia la mesa del fondo con un café y un agua entre sus manos. La sobredosis de mojitos de ayer le obliga a ingerir el hibuprofeno de turno. Se sienta y estira las piernas, reclinando su espalda sobre la vertical de un butacón de ante verde. Su flequillo castaño y mojado se deja caer sobre la frente. Bajo las cejas arqueadas, unos frágiles ojos verdosos observan como la preciosa Bahía de la Concha se ha levantado hoy revuelta por los súbitos vientos de la galerna. A lo lejos, el oleaje cantábrico golpea sobre los acantilados del Peine del Viento y la isla de Santa Clara. Los colores del cielo se dimerizan juguetones en mil y una tonalidades sobre las aguas bravas. Las barcazas amarradas en los muelles, esperan impacientes el amaine climático ante la disconformidad de cualquier intrépido surfero.
La última vez que estuvo en Donosti fue en septiembre pasado durante el festival de cine. Aquí se presentó aquella película de amoríos entre dos chicas adolescentes amenizada por las músicas que él compuso para la ocasión. Siempre ha admirado estos parajes y su divertida gastronomía a base de exquisitos bocados y vinos refrescantes. Recuerda como Gorka, un buen amigo de su época surfera, le explicaba años atrás diversas y dispersas leyendas de aquellas tierras. El temario podía abarcar desde Montesquieu a los juegos de pelota vasca, pasando por el prehistórico matriarcado o la llegada y posterior huida del indeseable José Bonaparte. También había espacio para históricas teorías evolutivas que se remontaban a milenarios y glaciatorios inicios vinculantes entre vascos con vikingos, con celtas o incluso con caucásicos georgianos. Todo un desparrame de información y algo de demagogia ebriática en jornadas de oleaje, pinxos y txacolines. De repente, el hilo musical capta su atención. Suena un “Wind Cries Mary” a cargo del joven y talentoso Jamie Cullum, quien aparca la psicodelia del malogrado Hendrix para recrear una nueva versión del tema con pinceladas de soul y aromas de Nueva Orleans.
Tras otro café, ojear el periódico local y confeccionar con sus largos dedos un par de pajaritas con hojas de bloc, aparece Julia caminando entre las mesas de la cafetería y agenciándose como de costumbre las miradas de deseo y envidia de hombres y mujeres. Se sienta delante de él, cruza las piernas, brazos en L, un té entre las manos y unas suaves palabras de buenos días. Después de entablar conversación con algunas banalidades sobre el clima de la mañana, una noticia inesperada sacude la bonanza del momento. Ella le suelta a quemarropa que abandona. Al parecer, anoche intimó con un ruso que la colma de un futuro de regalos, placeres y optimismo. Es momento de hacer otras cosas cariño, no me odies Frank y sigue adelante. Esto no es un hasta nunca cielo, ha sido demasiado bonito como para eso. Pese al aturdimiento de la revelación no hay tiempo para grandes despedidas, el moscovita espera fuera con su flamante coche de importación. Un beso y un hasta pronto es lo último que deja la grácil mulata tras sus pasos.
Ese ímpetu alocado e imprevisible de su carácter fue lo que le gustó de ella cuando la conoció, así que parece inevitable asumir las consecuencias del “torbellino portugués”.
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Es en la soledad del viajero donde las dudas y las certezas se enzarzan en el porfío de sus convicciones. Julia y el Tnt covers ya pertenecen al pasado, debe seguir adelante. Después de pasar por Bilbao a cobrar unos bolos pendientes y hacerse un “selfie” en el meridiano cero, vuelve al Mediterráneo. El olor a tierra mojada empapa el ambiente y aparecen las primeras luces de Barcelona. El mar se abre a la derecha lamiendo la tierra que le vio crecer. De manera inexplicable, vienen a sus pensamientos Philip Marlow, Betty y el General de “El sueño eterno”. Sabe que muchas cosas habrán cambiado en aquellas 20.000 calles.
Pasa el tiempo y el pianista ha llegado a la ciudad, en busca de un sueño eterno.
(El Mingus)
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